Por Diana Cazaux
La especialización en periodismo se origina en la actualidad generalmente como consecuencia de que en una realidad compleja -como la actual- el periódico prefiere asignar redactores a determinadas áreas para que se encuentren más cómodos en su trabajo y lo acometan con mayor eficacia.
Los antecesores de los periodistas especializados se encuentran en los colaboradores que según el catedrático de Información Periodística Especializada de la Universidad Complutense de Madrid, Javier Fernández del Moral , han constituido durante mucho tiempo el precedente más claro del periodista especializado.
Añade, en su libro "Fundamentos de la información periodística especializada" que este colaborador ha tenido cierto estatus en las redacciones periodísticas llegando a estar, en algunos medios, como fijo en plantilla dada la constante utilización que se hacía de sus servicios y recuerda que en especial se requerían sus conocimientos y se siguen requiriendo en los temas de carácter científico y técnico. Para Fernández del Moral, esta situación ha conducido a que muchos "especialistas" en determinadas materias se hayan convertido en periodistas especializados.
Sin embargo, lo habitual en nuestros países es que la especialización se adquiera por la vía de acudir siempre a un determinado tipo de acontecimientos informativos que tienen que ver con un contenido similar, ya sea en el ámbito de la sanidad, la educación, la ciencia, la política, la religión o el deporte.
El periodista, por tanto, sólo se limita a conocer quiénes son los responsables de esas áreas en las distintas administraciones públicas y privadas, y a disponer de una agenda de expertos -profesores universitarios, investigadores de centros oficiales, jefes de prensa de determinados organismos, directores generales, jefes de servicio, etcétera-. Es cierto que, con el paso del tiempo, se puede acostumbrar a redactar sobre ese tema, pero... ¿Será capaz de realizar un verdadero periodismo especializado? ¿Podrá realmente divulgar?
El Diccionario de la Real Academia Española define el término divulgar como publicar o poner un conocimiento al alcance del público. Sin embargo, en el contexto periodístico tiene una acepción más amplia: para que el público tenga realmente acceso a ese conocimiento, no basta sólo con transmitirlo; el verdadero conocimiento llega con la explicación de las circunstancias que concurren, así como del hecho en sí.
Es aquí donde se plantea el dilema. ¿Es capaz un periodista, al que el redactor jefe ha enviado circunstancialmente a una sección determinada, de convertirse en un redactor especializado capaz, incluso, de divulgar?
La respuesta no es sencilla. Básicamente depende de los gustos del periodista, de su formación previa, de su disposición para aprender y del nivel y circunstancias que los lectores tengan de esa materia concreta en la que el profesional del periodismo aspira a ser especialista.
¿Qué se entiende por periodista especializado capaz de divulgar y en qué se diferencia del acostumbrado?
Esta pregunta encuentra respuesta en el trabajo publicado por Carlos Elías cuando expresa “depende de la óptica con la que enfoquemos el tema. Desde el punto de vista del mensaje, el periodista especializado debe tener los suficientes elementos de juicio como para comprender lo que le dicen las fuentes y, sobre todo, para interpretar el contexto en el que lo dicen.
La divulgación exige una explicación de las causas y circunstancias que concurren en el hecho noticioso y esto sólo puede conseguirse con una adecuada cultura periodística del redactor. Un elemento importante a resaltar es que la cultura se adquiere -nadie nace aprendido- pero se debe manifestar un interés explícito para paliar esa carencia de conocimientos. Posiblemente sea aquí donde resida la clave del problema de la deficiencia de algunos periodistas especializados. Y es que, mientras existe entre los licenciados en Ciencias de la Información cierta inclinación, en especial por los temas de política, de literatura o, incluso, de cultura en general, no ocurre lo mismo con parcelas como la ciencia, la medicina o el medio ambiente. Excepto que se las propicie desde los planes de estudio a través de Seminarios de Especialización en Periodismo Científico-sugiero yo.
Cuando la carencia de conocimientos en estas áreas es notoria, el periodista no puede interpretar más allá de lo que le sugieren las fuentes sin correr el peligroso riesgo de equivocarse. En este caso, la divulgación, en el más amplio sentido de la palabra, se hace totalmente imposible”-concluye el autor citado.
¿Cómo se consigue un buen periodista con la paupérrima cultura científica que se enseña en la escuela media según lo hemos ya comentado en la nota anterior?.
Entonces ¿qué pasa cuando estos jóvenes ya egresados de su escuela de media llegan a la Facultad de Periodismo o de Comunicación?. ¿Se inclinarán por ser periodistas científicos?. Como docente universitaria con 15 años de ejercicio puedo asegurar que no, ignoran que existe esta especialización. En el paneo inicial que realizo el primer día de clases para detectar vocaciones ante la pregunta de porqué se decidieron por estas carreras la respuesta es, en general, (entiendo que no será muy diferente la experiencia entre los profesores que se encuentren en la sala) porque quieren ser periodistas deportivos, léase comentar, relatar fútbol ...muy pocos periodismo cultural o político. He podido comprobar que últimamente también expresan que les gustaría ejercer como periodistas de espectáculos...pero de chimentos del espectáculo. Por otro lado siempre observo que quieren ser periodistas pero que no leen los diarios...
Sin duda, un párrafo a parte merecería el análisis del problema del uso de la lengua, las faltas ortográficas y la incomprensión de textos.
¿Y cómo se soluciona, volviendo al problema del conocimiento científico de los jóvenes, si en los actuales planes de estudios de las Facultades de Ciencias de la Información no incluyen las disciplinas de divulgación e introducción a la ciencia entre sus asignaturas?
Entre los investigadores estadounidenses del periodismo científicos, la actitud frente a este problema de la falta de formación científica de los periodistas es radicalmente diferente, pues representa una parte fundamental de su discurso.
La profesora de Sociología de la universidad estadounidense de Cornell, Dorothy Nelkin, señala en su libro "La ciencia en el escaparate” -en el que se recoge los modos de comunicación de la ciencia en los Estados Unidos- la absoluta necesidad de una preparación científica de los periodistas para poder evaluar lo que se les dice. Matiza, sin embargo, que aunque muchos ejemplos avalan la necesidad de que los periodistas tengan un mayor dominio metodológico sobre la ciencia, los divulgadores están divididos en cuanto a la importancia y profundidad de esa preparación científica formal.
Los antecesores de los periodistas especializados se encuentran en los colaboradores que según el catedrático de Información Periodística Especializada de la Universidad Complutense de Madrid, Javier Fernández del Moral , han constituido durante mucho tiempo el precedente más claro del periodista especializado.
Añade, en su libro "Fundamentos de la información periodística especializada" que este colaborador ha tenido cierto estatus en las redacciones periodísticas llegando a estar, en algunos medios, como fijo en plantilla dada la constante utilización que se hacía de sus servicios y recuerda que en especial se requerían sus conocimientos y se siguen requiriendo en los temas de carácter científico y técnico. Para Fernández del Moral, esta situación ha conducido a que muchos "especialistas" en determinadas materias se hayan convertido en periodistas especializados.
Sin embargo, lo habitual en nuestros países es que la especialización se adquiera por la vía de acudir siempre a un determinado tipo de acontecimientos informativos que tienen que ver con un contenido similar, ya sea en el ámbito de la sanidad, la educación, la ciencia, la política, la religión o el deporte.
El periodista, por tanto, sólo se limita a conocer quiénes son los responsables de esas áreas en las distintas administraciones públicas y privadas, y a disponer de una agenda de expertos -profesores universitarios, investigadores de centros oficiales, jefes de prensa de determinados organismos, directores generales, jefes de servicio, etcétera-. Es cierto que, con el paso del tiempo, se puede acostumbrar a redactar sobre ese tema, pero... ¿Será capaz de realizar un verdadero periodismo especializado? ¿Podrá realmente divulgar?
El Diccionario de la Real Academia Española define el término divulgar como publicar o poner un conocimiento al alcance del público. Sin embargo, en el contexto periodístico tiene una acepción más amplia: para que el público tenga realmente acceso a ese conocimiento, no basta sólo con transmitirlo; el verdadero conocimiento llega con la explicación de las circunstancias que concurren, así como del hecho en sí.
Es aquí donde se plantea el dilema. ¿Es capaz un periodista, al que el redactor jefe ha enviado circunstancialmente a una sección determinada, de convertirse en un redactor especializado capaz, incluso, de divulgar?
La respuesta no es sencilla. Básicamente depende de los gustos del periodista, de su formación previa, de su disposición para aprender y del nivel y circunstancias que los lectores tengan de esa materia concreta en la que el profesional del periodismo aspira a ser especialista.
¿Qué se entiende por periodista especializado capaz de divulgar y en qué se diferencia del acostumbrado?
Esta pregunta encuentra respuesta en el trabajo publicado por Carlos Elías cuando expresa “depende de la óptica con la que enfoquemos el tema. Desde el punto de vista del mensaje, el periodista especializado debe tener los suficientes elementos de juicio como para comprender lo que le dicen las fuentes y, sobre todo, para interpretar el contexto en el que lo dicen.
La divulgación exige una explicación de las causas y circunstancias que concurren en el hecho noticioso y esto sólo puede conseguirse con una adecuada cultura periodística del redactor. Un elemento importante a resaltar es que la cultura se adquiere -nadie nace aprendido- pero se debe manifestar un interés explícito para paliar esa carencia de conocimientos. Posiblemente sea aquí donde resida la clave del problema de la deficiencia de algunos periodistas especializados. Y es que, mientras existe entre los licenciados en Ciencias de la Información cierta inclinación, en especial por los temas de política, de literatura o, incluso, de cultura en general, no ocurre lo mismo con parcelas como la ciencia, la medicina o el medio ambiente. Excepto que se las propicie desde los planes de estudio a través de Seminarios de Especialización en Periodismo Científico-sugiero yo.
Cuando la carencia de conocimientos en estas áreas es notoria, el periodista no puede interpretar más allá de lo que le sugieren las fuentes sin correr el peligroso riesgo de equivocarse. En este caso, la divulgación, en el más amplio sentido de la palabra, se hace totalmente imposible”-concluye el autor citado.
¿Cómo se consigue un buen periodista con la paupérrima cultura científica que se enseña en la escuela media según lo hemos ya comentado en la nota anterior?.
Entonces ¿qué pasa cuando estos jóvenes ya egresados de su escuela de media llegan a la Facultad de Periodismo o de Comunicación?. ¿Se inclinarán por ser periodistas científicos?. Como docente universitaria con 15 años de ejercicio puedo asegurar que no, ignoran que existe esta especialización. En el paneo inicial que realizo el primer día de clases para detectar vocaciones ante la pregunta de porqué se decidieron por estas carreras la respuesta es, en general, (entiendo que no será muy diferente la experiencia entre los profesores que se encuentren en la sala) porque quieren ser periodistas deportivos, léase comentar, relatar fútbol ...muy pocos periodismo cultural o político. He podido comprobar que últimamente también expresan que les gustaría ejercer como periodistas de espectáculos...pero de chimentos del espectáculo. Por otro lado siempre observo que quieren ser periodistas pero que no leen los diarios...
Sin duda, un párrafo a parte merecería el análisis del problema del uso de la lengua, las faltas ortográficas y la incomprensión de textos.
¿Y cómo se soluciona, volviendo al problema del conocimiento científico de los jóvenes, si en los actuales planes de estudios de las Facultades de Ciencias de la Información no incluyen las disciplinas de divulgación e introducción a la ciencia entre sus asignaturas?
Entre los investigadores estadounidenses del periodismo científicos, la actitud frente a este problema de la falta de formación científica de los periodistas es radicalmente diferente, pues representa una parte fundamental de su discurso.
La profesora de Sociología de la universidad estadounidense de Cornell, Dorothy Nelkin, señala en su libro "La ciencia en el escaparate” -en el que se recoge los modos de comunicación de la ciencia en los Estados Unidos- la absoluta necesidad de una preparación científica de los periodistas para poder evaluar lo que se les dice. Matiza, sin embargo, que aunque muchos ejemplos avalan la necesidad de que los periodistas tengan un mayor dominio metodológico sobre la ciencia, los divulgadores están divididos en cuanto a la importancia y profundidad de esa preparación científica formal.
Los que están a favor argumentan , según una encuesta recogida por Nelkin y publicada en la revista NASW Newsletter , que los periodistas con formación pueden juzgar de forma más crítica las cosas que se les dice y los métodos de investigación poco serios. Señalan que los periodistas con escasos conocimientos científicos tienen dificultades para encontrar argumentos técnicos, saber qué preguntas hacer y cómo valorar las respuestas. "Demasiado preocupados en lograr una comprensión básica, tienen poco tiempo y energía para interpretar los asuntos esenciales", señala Nelkin
Los periodistas estadounidenses contrarios a esta formación científica, aun aceptando que es necesaria para alcanzar una mayor sofisticación, piensan, según la encuesta citada, que un exceso de educación científica puede perjudicarlos.
En su opinión, un periodista generalista planteará preguntas más simples que un especialista, por lo que obligará a los científicos a expresarse con más claridad y se podrá llegar más lejos en el alcance de la noticia. También consideran que los periodistas con demasiada formación pueden llegar a asumir los valores de los científicos y perder su capacidad crítica.
En este sentido, muchos periodistas opinan que los cronistas que son básicamente científicos ven las noticias en términos del progreso científico, mientras que los que son propiamente periodistas las ven en términos de sus efectos sobre la gente y la calidad de vida.
Supuestos defectos que se convierten en virtudes cuando estos “terceros hombres” trabajan en organizaciones vinculadas con las ciencias y sirven de nexo entre los científicos y los periodistas.
Para John C. Burhnam, profesor de Historia de la Universidad estatal de Ohio y autor del libro "Cómo la superstición ganó y la ciencia perdió: la divulgación de la ciencia y la salud en los Estados Unidos" reconocía en 1988 – década en que los medios impresos de América Latina se hacían eco de la publicación de noticias en ciencias preparando suplementos especiales y secciones que luego fueron desapareciendo por falta de apoyo publicitario según los propios editores , “existe aún una falta de cultura científica entre los periodistas estadounidenses, sobre todo en los redactores de los periódicos pequeños, lo cual ha propiciado que en sus informaciones científicas predominen el sensacionalismo, la visión social y el fenómeno de la "agenda setting", hechos todos que han contribuido a que la superstición haya ganado la victoria a la información científica y a que la ciencia esté cada día más descalificada”.
Burhnam considera que la falta de auténticos profesionales capaces de hacer atractiva la ciencia provoca que elijan el camino de la superstición y responsabiliza a los dirigentes de los periódicos y a su carencia de cultura científica del hecho de que los pensamientos mágicos y las supersticiones más rancias aparezcan con total impunidad en los medios de comunicación.
También critica a los científicos de los que dice que han dejado en manos de periodistas y gabinetes de comunicación la divulgación de las teorías científicas, dedicándose exclusivamente a sus laboratorios y olvidándose de que ellos también tienen la obligación moral de divulgar.
A juicio de Burhnam, esto no sucedía en el siglo XIX, en el que la ciencia gozaba de mayor prestigio que en el XX, hecho que atribuye a que en el siglo pasado los periódicos utilizaban para la redacción de su información científica prestigiosos colaboradores con amplia formación quienes fueron sustituidos en el siglo XX por los periodistas.
“Sin embargo, tampoco debería aceptarse que esta divulgación la hicieran los científicos, los médicos o los ecologistas -que son los dueños del mensaje- y no los periodistas. Y es que, asumiendo que estos colectivos deberían estar más implicados en la divulgación y transmisión pública de sus conocimientos, aceptar que sólo debe estar en sus manos es como consentir que la divulgación de la política debe estar tutelada por unas fuentes interesadas como son los políticos” – razona en su trabajo Carlos Elías.
El tratamiento de la noticia medioambiental
Con respecto a la ciencia, la medicina o el medio ambiente sucede lo mismo. Resulta inaceptable que en una sociedad tecnológica y científicamente avanzada como corresponde a nuestro siglo, que las informaciones estén paralizadas o manipuladas por los expertos y que no existan periodistas especializados, capaces de divulgar, de interpretar o de descubrir los porqués de los hechos noticiosos que suceden en la realidad cotidiana y cuyas causas o consecuencias tienen que ver con aspectos científicos.
En la revista Latina de Comunicación Social en una entrevista realizada a Montserrat Quesada autora del libro “Periodismo Especializado vaticinaba en enero de 1999 que “en un plazo de tiempo medio –de dos a cinco años- va a ser evidente que quien no esté especializado tendrá que acabar haciendo los trabajos generalistas, menos interesantes, más mecánicos y, lo que es peor, peor remunerados. Los medios ya han empezado a pedir no simples periodistas para cubrir una plaza , sino periodistas políticos, económicos, deportivos o expertos en relaciones internacionales. No sólo hay que ser ya un buen comunicador , sino que también hay que dominar algún ámbito específico de la información de actualidad”.
La demanda de información ambiental que manifiestan los ciudadanos y la oferta, al menos cuantitativa, que sobre esta materia se ha ido generando en los distintos medios de comunicación generalistas en nada se corresponde con la existencia de periodistas especializados o, al menos, capaces de interpretar los complejos mecanismos que, en numerosas ocasiones, animan este tipo de cuestiones. La balanza está claramente desequilibrada, y poco se ha reflexionado para explicar este paradójico fenómeno.
Los periodistas estadounidenses contrarios a esta formación científica, aun aceptando que es necesaria para alcanzar una mayor sofisticación, piensan, según la encuesta citada, que un exceso de educación científica puede perjudicarlos.
En su opinión, un periodista generalista planteará preguntas más simples que un especialista, por lo que obligará a los científicos a expresarse con más claridad y se podrá llegar más lejos en el alcance de la noticia. También consideran que los periodistas con demasiada formación pueden llegar a asumir los valores de los científicos y perder su capacidad crítica.
En este sentido, muchos periodistas opinan que los cronistas que son básicamente científicos ven las noticias en términos del progreso científico, mientras que los que son propiamente periodistas las ven en términos de sus efectos sobre la gente y la calidad de vida.
Supuestos defectos que se convierten en virtudes cuando estos “terceros hombres” trabajan en organizaciones vinculadas con las ciencias y sirven de nexo entre los científicos y los periodistas.
Para John C. Burhnam, profesor de Historia de la Universidad estatal de Ohio y autor del libro "Cómo la superstición ganó y la ciencia perdió: la divulgación de la ciencia y la salud en los Estados Unidos" reconocía en 1988 – década en que los medios impresos de América Latina se hacían eco de la publicación de noticias en ciencias preparando suplementos especiales y secciones que luego fueron desapareciendo por falta de apoyo publicitario según los propios editores , “existe aún una falta de cultura científica entre los periodistas estadounidenses, sobre todo en los redactores de los periódicos pequeños, lo cual ha propiciado que en sus informaciones científicas predominen el sensacionalismo, la visión social y el fenómeno de la "agenda setting", hechos todos que han contribuido a que la superstición haya ganado la victoria a la información científica y a que la ciencia esté cada día más descalificada”.
Burhnam considera que la falta de auténticos profesionales capaces de hacer atractiva la ciencia provoca que elijan el camino de la superstición y responsabiliza a los dirigentes de los periódicos y a su carencia de cultura científica del hecho de que los pensamientos mágicos y las supersticiones más rancias aparezcan con total impunidad en los medios de comunicación.
También critica a los científicos de los que dice que han dejado en manos de periodistas y gabinetes de comunicación la divulgación de las teorías científicas, dedicándose exclusivamente a sus laboratorios y olvidándose de que ellos también tienen la obligación moral de divulgar.
A juicio de Burhnam, esto no sucedía en el siglo XIX, en el que la ciencia gozaba de mayor prestigio que en el XX, hecho que atribuye a que en el siglo pasado los periódicos utilizaban para la redacción de su información científica prestigiosos colaboradores con amplia formación quienes fueron sustituidos en el siglo XX por los periodistas.
“Sin embargo, tampoco debería aceptarse que esta divulgación la hicieran los científicos, los médicos o los ecologistas -que son los dueños del mensaje- y no los periodistas. Y es que, asumiendo que estos colectivos deberían estar más implicados en la divulgación y transmisión pública de sus conocimientos, aceptar que sólo debe estar en sus manos es como consentir que la divulgación de la política debe estar tutelada por unas fuentes interesadas como son los políticos” – razona en su trabajo Carlos Elías.
El tratamiento de la noticia medioambiental
Con respecto a la ciencia, la medicina o el medio ambiente sucede lo mismo. Resulta inaceptable que en una sociedad tecnológica y científicamente avanzada como corresponde a nuestro siglo, que las informaciones estén paralizadas o manipuladas por los expertos y que no existan periodistas especializados, capaces de divulgar, de interpretar o de descubrir los porqués de los hechos noticiosos que suceden en la realidad cotidiana y cuyas causas o consecuencias tienen que ver con aspectos científicos.
En la revista Latina de Comunicación Social en una entrevista realizada a Montserrat Quesada autora del libro “Periodismo Especializado vaticinaba en enero de 1999 que “en un plazo de tiempo medio –de dos a cinco años- va a ser evidente que quien no esté especializado tendrá que acabar haciendo los trabajos generalistas, menos interesantes, más mecánicos y, lo que es peor, peor remunerados. Los medios ya han empezado a pedir no simples periodistas para cubrir una plaza , sino periodistas políticos, económicos, deportivos o expertos en relaciones internacionales. No sólo hay que ser ya un buen comunicador , sino que también hay que dominar algún ámbito específico de la información de actualidad”.
La demanda de información ambiental que manifiestan los ciudadanos y la oferta, al menos cuantitativa, que sobre esta materia se ha ido generando en los distintos medios de comunicación generalistas en nada se corresponde con la existencia de periodistas especializados o, al menos, capaces de interpretar los complejos mecanismos que, en numerosas ocasiones, animan este tipo de cuestiones. La balanza está claramente desequilibrada, y poco se ha reflexionado para explicar este paradójico fenómeno.
El auge de la información económica, por ejemplo, ha corrido paralelo al nacimiento de una auténtica generación de profesionales dedicados en exclusiva a trasladar tan complejo mundo a un universo de receptores variopinto, interpretarlo y hacerlo atractivo. “ La información ambiental, sin embargo -expresa José María Montero Sandoval en su libro “El medio en los medios. Teoría y práctica del periodismo ambiental” -se sigue nutriendo, con demasiada frecuencia, no de periodistas, en el sentido estricto del término, sino de esas perlas que suelen ser los expertos en medio ambiente, procedentes de diferentes campos científicos o técnicos, que, además, se dedican a la divulgación. No soy de los que defienden el periodismo como un oficio exclusivo de periodistas, pero lo cierto es que los divulgadores rara vez pisan la redacción de un periódico, una radio o una televisión; permanecen, afortunadamente, ajenos a la batalla diaria por la noticia, o la viven de una forma tan indirecta que su trabajo se ve poco condicionado por tal circunstancia; tienen escasos problemas para acceder a las fuentes, porque en su caso es una relación entre iguales o bien ellos mismos son fuente y referente informativo”.
“Por mi propia experiencia y destino profesional –destaca el autor-debo reclamar atención hacia los periodistas, los que trabajamos en medios no especializados, los que intentamos aportar información sobre medio ambiente desde las socorridas secciones de Sociedad y Cultura, los que tenemos que convencer a nuestros editores de que, más allá del catastrofismo o el discurso preciosista, el medio ambiente también es noticia, y noticia capaz de competir en igualdad de condiciones con la actualidad política o deportiva”.
Desgraciadamente, el oficio de periodista está siendo sustituido por el más aséptico de cronista, simple intermediario, más o menos cualificado, entre la abrumadora información convocada (ruedas de prensa, notas, teletipos de agencias,...) y los receptores. El redactor busca la noticia, el cronista se la encuentra y solo ha de procesarla y adaptarla a los mecanismos de difusión del medio en cuestión.
Las fuentes del periodismo ambiental
Hace poco se publicaban en la prensa española los llamativos resultados de una tesis doctoral elaborada en Galicia .Llamativos pero previsibles si nos atenemos al razonamiento anterior. El trabajo analizaba las fuentes de información que manejan los periodistas gallegos, dibujando un panorama que estoy convencida es perfectamente extrapolable a cualquier ciudad latinoamericana. Después de analizar todo tipo de medios, el autor de la tesis llegaba a la conclusión de que más del 60 % de las informaciones que éstos recogían procedían de gabinetes de prensa y, en la mayoría de los casos, se reproducían tal cual, sin contrastarlas ni completarlas con otros matices. En el caso de las agencias informativas, verdadera tabla de salvación de los medios de pequeño y mediano tamaño, se afirmaba que no eran más que simples portavoces de los gabinetes de prensa. En definitiva, la información institucional había tomado al asalto los medios de comunicación, a los que se le supone cierta independencia, por simple dejadez profesional de los periodistas, en unos casos, y por la imposibilidad de nadar contracorriente en otros. Es más fácil encontrarse la noticia (cronistas), aunque esta no sea novedosa ni relevante, que ir a buscarla (redactores).
En una sociedad desarrollada y democrática, comenta Petra M. Secanella en su libro Periodismo de investigación , las fuentes con poder (o las fuentes del poder) raramente introducen por la fuerza los acontecimientos que les interesa que aparezcan como información. Su labor es la de crear acontecimientos que los periodistas consideran noticias válidas. En definitiva, las organizaciones públicas o privadas que tienen poder y recursos para planificar sus actividades son las que tienen acceso a los medios. Y ese precisamente es el monopolio que el verdadero periodista debe aspirar a romper, tratando de transmitir un mensaje mucho más rico y variado, buceando a la búsqueda de informaciones realmente inéditas y trascendentes para la audiencia.
Saber valorar las fuentes institucionales en su justa medida y, al mismo tiempo, determinar cuales otras son útiles y cómo acceder a ellas no es tarea fácil. En las fuentes informativas (tomando nuevamente como referencia a Secanella) hay dos dimensiones básicas: la disponibilidad, o capacidad de exposición, y la validez, es decir, el grado de bondad noticiable de las informaciones que proporcionan. Generalmente, las fuentes sólo pueden demostrar su disponibilidad y los periodistas son los que deciden sobre su validez. Pero una escasa disponibilidad no siempre es sinónimo de pobreza informativa, y esto es algo que uno descubre cuando debe tratar, por ejemplo, con el mundo científico, poco transparente a los medios generalistas, siempre reticente a la difusión popular de sus conocimientos, temeroso de la vulgarización pero, sin embargo, bien repleto de noticias interesantes.
En lo que se refiere a la validez de las fuentes esta se adquiere, casi siempre, por la función que han realizado en el pasado, por el número de veces que han sido fiables. La productividad es otro factor a tener en cuenta. Las fuentes son valiosas si concentran una gran densidad de información y salvan tiempo y esfuerzo a los periodistas. Los periodistas acuden primordialmente a las fuentes que suelen suministrar un buen caudal de información que apenas exige comprobaciones.
“Limitémonos a repasar las fuentes fácilmente disponibles para cualquier periodista, sin necesidad de que sea un experto de dilatada experiencia –invita Montero Sandoval. Si hablamos de medio ambiente, el primer sitio al que solemos acudir son las asociaciones ecologistas, o son ellas las que acuden a nosotros ("los periodistas buscan a las fuentes; las fuentes buscan a los periodistas"). Este tipo de colectivos no solo informan sino que, durante muchos años y aún hoy, han cumplido una inestimable labor educativa que muy recientemente han empezado a asumir, con desigual eficacia y capacitación, otras instituciones. Toda una generación de periodistas ambientales, y aún de gestores de la administración, deben mucho de su formación al movimiento ecologista, que ha llevado a cabo este esfuerzo con escasos medios y mucha imaginación. Pero si las hemos de contemplar fríamente, como una fuente informativa más (aunque sea la más productiva y disponible), no debemos perder de vista algunos elementos que pueden viciar su oferta. Que los ecologistas sean referencia obligada para los medios de comunicación se debe, en gran medida, a que, básicamente, venden sucesos, tendencia que solo han sido capaces de invertir algunas organizaciones o grandes colectivos que han podido dedicar recursos específicos para mejorar su relación con los medios de comunicación”.
Hace algunos años se pensaba que la información ambiental centrada en el suceso, información rápida, que atrae la atención, pero que difícilmente profundiza en el tema, tenía cierta utilidad porque había que salvar un tremendo abismo: el que separaba la gravedad y complejidad de los problemas ambientales con la escasa sensibilidad social. Y si se trataba de sensibilizar, éste, aunque no perfecto, era un método efectivo. Pero hoy, cuando todo el mundo está más o menos impregnado de esta sensibilidad, sobran problemas y faltan explicaciones y, sobre todo, soluciones. Soluciones que sugieran y provoquen vías de participación pública. Algunas de las notas de prensa o comunicados que las asociaciones ecologistas hacen llegar a los medios abusan de los callejones sin salida, y se echan en falta las puertas por donde es posible escapar al desastre. Y lo triste de esta estrategia, que suele fascinar a más de un periodista y sobre todo a los medios, es que ha terminado por contaminar a la propia administración, que a veces cae en el error de combatirla con idénticas armas.
De cualquier forma, y con independencia del tratamiento que den a la información, los ecologistas deben ser considerados, desde la óptica periodística, como un excelente sistema de alerta temprana, una eficaz red de sismógrafos capaz de detectar el más leve movimiento y amplificarlo lo suficiente para que sea de público conocimiento. Y a partir de ahí, su análisis debe enriquecerse con el de otras muchas fuentes.
Dice Tito Drago, uno de los pocos especialistas que han reflexionado en lengua hispana sobre el periodismo ambiental, que cuando los ecologistas tratan de convertir a los periodistas en sus compañeros de camino, hacen bien "si aceptan que continúen siendo periodistas y hacen mal cuando tratan de asimilarlos". Un periodista puede ser un militante ecologista en todo, excepto cuando realiza su labor profesional. Allí puede y debe tener en cuenta los intereses ecologistas, pero sobre todo debe tener en cuenta el derecho de los receptores de sus mensajes a recibir una información veraz, contrastada, libre y plural. Con esto creo que está todo dicho sobre el buen uso de la información aportada por los ecologistas.
El segundo escenario al se suele acudir en busca de información es el de las oficinas públicas, y aquí es posible dirigirse a los gabinetes de prensa (de los que ya hemos dicho algo), directamente a los técnicos o bien al político de turno. “En el primer caso –expresa Montero Sandoval- hay que decir, y lo siento porque yo mismo he sido responsable de un gabinete de prensa, que son la auténtica bestia negra de los periodistas especializados. Como se suele decir, te venden el paraguas cuando no llueve y te lo ocultan cuando está diluviando. En descargo de los profesionales que han de asumir esta ingrata labor hay que reconocer que están, habitualmente, sometidos a numerosas presiones, que es el propio organismo el que les escatima la información que ellos han de ofertar y que, con demasiada frecuencia, están infravalorados por los técnicos y políticos a los que sirven. Y además, ellos, que deberían ser los primeros especializados en la materia, están sometidos a los mismos vaivenes profesionales que el resto de colegas, y en esas circunstancias no se les puede pedir una vocación inquebrantable. Suelen ser especialmente útiles cuando asumen el discreto y poco lucido papel de vehículo, mediadores que nos conducen a la fuente original (algo que tienen mucho más asumido, y ejercen con naturalidad, los gabinetes de las ONGs), lo que ocurre es que casi siempre caen o los empujan a actuar como cañones ocupados en bombardear informativamente las redacciones con noticias que se diluyen tras un pomposo titular”- remata el autor.
A los gabinetes de prensa, ya lo hemos visto al hablar de la tesis doctoral gallega, se les otorga excesiva fiabilidad. Mientras que las fuentes individuales invitan a ser contrastadas, las colectivas se suelen arrogar una credibilidad que no siempre merecen. La fuente ideal dentro de la función pública son sus técnicos pero, desgraciadamente, estos suelen estar sometidos a la férrea disciplina comunicativa del organismo en cuestión. Las fuentes individuales escasean porque casi siempre remiten al omnipresente gabinete de prensa, y de esta forma se pierden matices porque el organismo aparece como un ente monolítico. La agenda de los periodistas, ese cuaderno de navegación que condensa muchos años de profesión y que es lo único que uno traslada cuando cambia de empresa, está siendo sustituida por las aburridas Agendas de la Comunicación que, desde luego, son las únicas que, para su desesperación, puede aspirar a usar el novato. Mediante este pulcro sistema siempre terminan opinando sobre un tema los mismos portavoces. Los técnicos son indispensables para contrastar las informaciones del gabinete del prensa, y contar con su ayuda suele ser una ventaja a la que solo se puede llegar por la vía de la amistad y la confianza mutuas.
Por último, podemos recurrir a los políticos que, en definitiva, son los últimos responsables de todo aquellos que se cuece en este ámbito. Pero claro, en este caso su sistema de comunicación habitual son las ruedas de prensa, antítesis del periodismo de investigación y máxima expresión del periodismo masificado y homogéneo. Hay que reconocer, sin embargo, que es un recurso útil cuando se trata de exponer cuestiones que deben alcanzar el máximo de difusión o en el caso de que el personaje sea realmente inaccesible. A veces constituyen la única oportunidad, saliéndose oportunamente del programa fijado para el encuentro, de lograr respuestas a esas cuestiones que difícilmente puede resolvernos un gabinete de prensa.
La amistad y la confianza mutuas, como advertíamos en el caso de los técnicos, también sirven como llave de acceso privilegiado a los políticos, aunque a veces se pueden confundir con lo que algunos denominan filtraciones interesadas, sobre las que siempre los periodistas debemos estar prevenidos.
Todo lo dicho sobre la administración pública es igualmente aplicable, con muy ligeros matices, al mundo empresarial, solo que en este caso no cabe ampararse en el derecho a la información ambiental tutelado por una directiva comunitaria que si obliga a las administraciones públicas.
Con ser una fuente inagotable de noticias (el poder crea fuentes productivas), no todo pasa necesariamente por la administración. La vida informativa también discurre por otros ámbitos, aunque a veces las cuestiones adquieran notoriedad o se conviertan en trascendentes cuando el poder decide informar sobre ellas. ¿Quién dicta la agenda de los medios de comunicación? ¿Es que tan solo los escándalos políticos precisan del periodismo de investigación, de las fuentes alternativas, de los criterios propios por encima de las tendencias que nos son sugeridas o claramente impuestas? Estos son algunos de las interrogantes sobre los que cabe reflexionar para no dejarnos arrastrar por la corriente dominante.
El mundo científico, con ser el que más se queja del deficiente tratamiento que las cuestiones ambientales reciben en la prensa, es también el menos comprometido con la divulgación. Este comportamiento es particularmente grave en el caso de la universidad. A los expertos no es fácil encontrarlos cuando se los necesita. Temen quizás implicarse en cuestiones de gran repercusión social y política o, simplemente, permanecen ajenos a las parcelas de su actividad más estrechamente ligadas con las inquietudes ciudadanas. La ciencia debe salir a la calle, de la mano de los medios de comunicación, pero el esfuerzo de traducir estos conocimientos a un lenguaje asequible y en unas condiciones razonables no es únicamente responsabilidad de los periodistas. Por eso es tarea de cualquier informador advertir de esa responsabilidad a los científicos y tejer con ellos redes de información, artesanales si se quiere pero efectivas, porque esta si que es una fuente que suele carecer de cualquier estructura pensada para la divulgación a gran escala (escasean los gabinetes de prensa o las publicaciones dirigidas a un público no iniciado). Y no olvidemos que si hay una fuente que merezca ser mimada esa es la científica, poco acostumbrada a disculpar los errores de interpretación o las suposiciones sin fundamento.
Todavía cabe recurrir a otra fuente, bastante socorrida por cierto, que es la de otros periodistas especializados. Los profesionales suelen manejar con frecuencia las informaciones más cercanas en el espacio y en la relación diaria, por eso, una de las fuentes más típicas suele ser el medio o medios de comunicación más prestigiosos. Periodistas que se alimentan de otros periodistas en un círculo vicioso que nos lleva a hacernos otra de las preguntas clave de esta profesión: ¿Para quién escribimos? Hasta ahora hemos utilizado términos como especialidad, especialización o especialistas, pero la verdad es que hay que andarse con cuidado a la hora de interpretar en su justa medida estas denominaciones. No se trata, y vuelvo a citar a Tito Drago, de que los periodistas se conviertan en especialistas en medio ambiente, "sino de que manejen la información suficiente como para introducirse en los procesos que vinculan al desarrollo y al medio ambiente". Si un periodista llega a especializarse en medio ambiente hasta el extremo de convertirse en un experto ambientalista, lo más probable es que comience a utilizar unos códigos de comunicación distintos de los del periodismo. Cuando la especialización es extrema, y los extremos nunca son buenos, insensiblemente se comienza a utilizar la misma jerga de los verdaderos especialistas, con lo cual éstos sienten más cercano a ese periodista (algo que no está del todo mal), tanto más cuanto más se aleja del término medio de los ciudadanos. Drago sugiere una solución bien sencilla a este problema: "Un buen comunicador social debe emitir mensajes comprensibles para niños de 13 años, personas que tienen desarrollada totalmente su capacidad de comprensión, pero que todavía deben completar su información".
La función educativa en medio ambiente
A excepción del saber estrictamente profesional, la casi totalidad de los conocimientos de que disponen nuestros contemporáneos proceden de los medios de comunicación. En este sentido, es innegable que cumplen una función educativa, aunque a veces se trate de un proceso inconsciente. Pero para que esta función educativa se cumpla en sentido positivo, debemos tener presente cual es la naturaleza de los medios de comunicación y la forma en que suelen tratar la información ambiental.
Creemos, erróneamente, que la simple presentación de determinados contenidos en los medios, y su gran difusión, cumplen sobradamente con esta función educativa. Los medios de comunicación, y esto es también de sobra conocido, no son más que poderosos agentes de propaganda y de difusión de las ideas dominantes en la sociedad. La estrategia de la UICN "Cuidar la Tierra" lo dice bien claro: "Lo que la gente hace es lo que la gente cree. A menudo unas creencias ampliamente aceptadas tienen más poder que los decretos gubernamentales". Y en muchos casos, la falta de conciencia sobre los problemas ambientales se funda en creencias erróneas, creencias que se apoyan en malas informaciones o en informaciones que los receptores no están en condiciones de interpretar de forma crítica.
Para educarse a través de los medios de comunicación es necesario aprender a informarse, una tarea fundamental si tenemos en cuenta que para un gran porcentaje de la población la televisión, la radio o los periódicos son la única fuente de instrucción post-escolar a la que tienen acceso.
Aprender a informarse requiere descubrir el carácter fragmentario de la información, y las visiones parciales y manipuladoras de la realidad que provoca. La comunicación objetiva, la comunicación neutral, la comunicación completa, no existen. “Con esto no estamos dibujando un mundo orwelliano, donde oscuros intereses se encargan de manipular la realidad para ofrecernos una versión falsa–aclara el autor de “El medio, en los medios”. Estamos hablando de una actividad humana, sometida a los criterios subjetivos de los comunicadores y a los servilismos políticos y económicos de las empresas de comunicación, y que se desarrolla a través de instrumentos incapaces de ofrecer una visión global de la realidad, por más que a veces se nos vendan como algo que "supera a la misma realidad". Otra cosa es que los medios, conscientemente, adapten la realidad a sus propios intereses.
Aún asegurándonos de que la información transmitida es fiable, veraz y comprensible, no siempre los receptores están en condiciones de seleccionar y valorar los datos que se les ofrecen para articular, en base a ellos, una conciencia crítica del mundo que les rodea. Una audiencia formada, crítica y exigente es la mejor garantía de calidad en los medios, y esa no es una tarea exclusiva de los periodistas sino de toda la sociedad.
Qué podemos hacer
La posibilidad que está surgiendo en los países de habla hispana es la oportunidad de realizar una capacitación de postgrado para aquellos profesionales que deseen especializarse en la divulgación científica.
Ejemplo de ello es la reconocida Maestría en Comunicación Científica, Medica y Medio Ambiental que realiza la Universidad española Pompeu Fabra. La Maestría en Comunicación Pública de la Ciencia y la Tecnología llevada a cabo por la Universidad Central de Ecuador, las actividades de capacitación en Divulgación Científica dictadas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) , y también, la reciente Diplomatura en Divulgación Científica a mi cargo aprobada por la Universidad de Morón de mi país donde uno de los Seminarios de Especialización es Medio ambiente, política y gestión ambiental.
La intención de todas estas actividades de postgrado en capacitar a egresados de las carreras de periodismo o comunicación en divulgación científica a través de seminarios de especialización en ciencias y a los egresados de otras disciplinas en comunicación.
Entiendo que de esta manera estaremos formando profesionales idóneos para el propósito relevante de acercar el conocimiento de la minoría a la mayoría, en democratizar el conocimiento y ayudar a crear una opinión pública informada. Estandarte que levantó el Dr. Manuel Calvo Hernando y que está en nosotros, sus continuadores, darle empuje y obtener logros.
“Por mi propia experiencia y destino profesional –destaca el autor-debo reclamar atención hacia los periodistas, los que trabajamos en medios no especializados, los que intentamos aportar información sobre medio ambiente desde las socorridas secciones de Sociedad y Cultura, los que tenemos que convencer a nuestros editores de que, más allá del catastrofismo o el discurso preciosista, el medio ambiente también es noticia, y noticia capaz de competir en igualdad de condiciones con la actualidad política o deportiva”.
Desgraciadamente, el oficio de periodista está siendo sustituido por el más aséptico de cronista, simple intermediario, más o menos cualificado, entre la abrumadora información convocada (ruedas de prensa, notas, teletipos de agencias,...) y los receptores. El redactor busca la noticia, el cronista se la encuentra y solo ha de procesarla y adaptarla a los mecanismos de difusión del medio en cuestión.
Las fuentes del periodismo ambiental
Hace poco se publicaban en la prensa española los llamativos resultados de una tesis doctoral elaborada en Galicia .Llamativos pero previsibles si nos atenemos al razonamiento anterior. El trabajo analizaba las fuentes de información que manejan los periodistas gallegos, dibujando un panorama que estoy convencida es perfectamente extrapolable a cualquier ciudad latinoamericana. Después de analizar todo tipo de medios, el autor de la tesis llegaba a la conclusión de que más del 60 % de las informaciones que éstos recogían procedían de gabinetes de prensa y, en la mayoría de los casos, se reproducían tal cual, sin contrastarlas ni completarlas con otros matices. En el caso de las agencias informativas, verdadera tabla de salvación de los medios de pequeño y mediano tamaño, se afirmaba que no eran más que simples portavoces de los gabinetes de prensa. En definitiva, la información institucional había tomado al asalto los medios de comunicación, a los que se le supone cierta independencia, por simple dejadez profesional de los periodistas, en unos casos, y por la imposibilidad de nadar contracorriente en otros. Es más fácil encontrarse la noticia (cronistas), aunque esta no sea novedosa ni relevante, que ir a buscarla (redactores).
En una sociedad desarrollada y democrática, comenta Petra M. Secanella en su libro Periodismo de investigación , las fuentes con poder (o las fuentes del poder) raramente introducen por la fuerza los acontecimientos que les interesa que aparezcan como información. Su labor es la de crear acontecimientos que los periodistas consideran noticias válidas. En definitiva, las organizaciones públicas o privadas que tienen poder y recursos para planificar sus actividades son las que tienen acceso a los medios. Y ese precisamente es el monopolio que el verdadero periodista debe aspirar a romper, tratando de transmitir un mensaje mucho más rico y variado, buceando a la búsqueda de informaciones realmente inéditas y trascendentes para la audiencia.
Saber valorar las fuentes institucionales en su justa medida y, al mismo tiempo, determinar cuales otras son útiles y cómo acceder a ellas no es tarea fácil. En las fuentes informativas (tomando nuevamente como referencia a Secanella) hay dos dimensiones básicas: la disponibilidad, o capacidad de exposición, y la validez, es decir, el grado de bondad noticiable de las informaciones que proporcionan. Generalmente, las fuentes sólo pueden demostrar su disponibilidad y los periodistas son los que deciden sobre su validez. Pero una escasa disponibilidad no siempre es sinónimo de pobreza informativa, y esto es algo que uno descubre cuando debe tratar, por ejemplo, con el mundo científico, poco transparente a los medios generalistas, siempre reticente a la difusión popular de sus conocimientos, temeroso de la vulgarización pero, sin embargo, bien repleto de noticias interesantes.
En lo que se refiere a la validez de las fuentes esta se adquiere, casi siempre, por la función que han realizado en el pasado, por el número de veces que han sido fiables. La productividad es otro factor a tener en cuenta. Las fuentes son valiosas si concentran una gran densidad de información y salvan tiempo y esfuerzo a los periodistas. Los periodistas acuden primordialmente a las fuentes que suelen suministrar un buen caudal de información que apenas exige comprobaciones.
“Limitémonos a repasar las fuentes fácilmente disponibles para cualquier periodista, sin necesidad de que sea un experto de dilatada experiencia –invita Montero Sandoval. Si hablamos de medio ambiente, el primer sitio al que solemos acudir son las asociaciones ecologistas, o son ellas las que acuden a nosotros ("los periodistas buscan a las fuentes; las fuentes buscan a los periodistas"). Este tipo de colectivos no solo informan sino que, durante muchos años y aún hoy, han cumplido una inestimable labor educativa que muy recientemente han empezado a asumir, con desigual eficacia y capacitación, otras instituciones. Toda una generación de periodistas ambientales, y aún de gestores de la administración, deben mucho de su formación al movimiento ecologista, que ha llevado a cabo este esfuerzo con escasos medios y mucha imaginación. Pero si las hemos de contemplar fríamente, como una fuente informativa más (aunque sea la más productiva y disponible), no debemos perder de vista algunos elementos que pueden viciar su oferta. Que los ecologistas sean referencia obligada para los medios de comunicación se debe, en gran medida, a que, básicamente, venden sucesos, tendencia que solo han sido capaces de invertir algunas organizaciones o grandes colectivos que han podido dedicar recursos específicos para mejorar su relación con los medios de comunicación”.
Hace algunos años se pensaba que la información ambiental centrada en el suceso, información rápida, que atrae la atención, pero que difícilmente profundiza en el tema, tenía cierta utilidad porque había que salvar un tremendo abismo: el que separaba la gravedad y complejidad de los problemas ambientales con la escasa sensibilidad social. Y si se trataba de sensibilizar, éste, aunque no perfecto, era un método efectivo. Pero hoy, cuando todo el mundo está más o menos impregnado de esta sensibilidad, sobran problemas y faltan explicaciones y, sobre todo, soluciones. Soluciones que sugieran y provoquen vías de participación pública. Algunas de las notas de prensa o comunicados que las asociaciones ecologistas hacen llegar a los medios abusan de los callejones sin salida, y se echan en falta las puertas por donde es posible escapar al desastre. Y lo triste de esta estrategia, que suele fascinar a más de un periodista y sobre todo a los medios, es que ha terminado por contaminar a la propia administración, que a veces cae en el error de combatirla con idénticas armas.
De cualquier forma, y con independencia del tratamiento que den a la información, los ecologistas deben ser considerados, desde la óptica periodística, como un excelente sistema de alerta temprana, una eficaz red de sismógrafos capaz de detectar el más leve movimiento y amplificarlo lo suficiente para que sea de público conocimiento. Y a partir de ahí, su análisis debe enriquecerse con el de otras muchas fuentes.
Dice Tito Drago, uno de los pocos especialistas que han reflexionado en lengua hispana sobre el periodismo ambiental, que cuando los ecologistas tratan de convertir a los periodistas en sus compañeros de camino, hacen bien "si aceptan que continúen siendo periodistas y hacen mal cuando tratan de asimilarlos". Un periodista puede ser un militante ecologista en todo, excepto cuando realiza su labor profesional. Allí puede y debe tener en cuenta los intereses ecologistas, pero sobre todo debe tener en cuenta el derecho de los receptores de sus mensajes a recibir una información veraz, contrastada, libre y plural. Con esto creo que está todo dicho sobre el buen uso de la información aportada por los ecologistas.
El segundo escenario al se suele acudir en busca de información es el de las oficinas públicas, y aquí es posible dirigirse a los gabinetes de prensa (de los que ya hemos dicho algo), directamente a los técnicos o bien al político de turno. “En el primer caso –expresa Montero Sandoval- hay que decir, y lo siento porque yo mismo he sido responsable de un gabinete de prensa, que son la auténtica bestia negra de los periodistas especializados. Como se suele decir, te venden el paraguas cuando no llueve y te lo ocultan cuando está diluviando. En descargo de los profesionales que han de asumir esta ingrata labor hay que reconocer que están, habitualmente, sometidos a numerosas presiones, que es el propio organismo el que les escatima la información que ellos han de ofertar y que, con demasiada frecuencia, están infravalorados por los técnicos y políticos a los que sirven. Y además, ellos, que deberían ser los primeros especializados en la materia, están sometidos a los mismos vaivenes profesionales que el resto de colegas, y en esas circunstancias no se les puede pedir una vocación inquebrantable. Suelen ser especialmente útiles cuando asumen el discreto y poco lucido papel de vehículo, mediadores que nos conducen a la fuente original (algo que tienen mucho más asumido, y ejercen con naturalidad, los gabinetes de las ONGs), lo que ocurre es que casi siempre caen o los empujan a actuar como cañones ocupados en bombardear informativamente las redacciones con noticias que se diluyen tras un pomposo titular”- remata el autor.
A los gabinetes de prensa, ya lo hemos visto al hablar de la tesis doctoral gallega, se les otorga excesiva fiabilidad. Mientras que las fuentes individuales invitan a ser contrastadas, las colectivas se suelen arrogar una credibilidad que no siempre merecen. La fuente ideal dentro de la función pública son sus técnicos pero, desgraciadamente, estos suelen estar sometidos a la férrea disciplina comunicativa del organismo en cuestión. Las fuentes individuales escasean porque casi siempre remiten al omnipresente gabinete de prensa, y de esta forma se pierden matices porque el organismo aparece como un ente monolítico. La agenda de los periodistas, ese cuaderno de navegación que condensa muchos años de profesión y que es lo único que uno traslada cuando cambia de empresa, está siendo sustituida por las aburridas Agendas de la Comunicación que, desde luego, son las únicas que, para su desesperación, puede aspirar a usar el novato. Mediante este pulcro sistema siempre terminan opinando sobre un tema los mismos portavoces. Los técnicos son indispensables para contrastar las informaciones del gabinete del prensa, y contar con su ayuda suele ser una ventaja a la que solo se puede llegar por la vía de la amistad y la confianza mutuas.
Por último, podemos recurrir a los políticos que, en definitiva, son los últimos responsables de todo aquellos que se cuece en este ámbito. Pero claro, en este caso su sistema de comunicación habitual son las ruedas de prensa, antítesis del periodismo de investigación y máxima expresión del periodismo masificado y homogéneo. Hay que reconocer, sin embargo, que es un recurso útil cuando se trata de exponer cuestiones que deben alcanzar el máximo de difusión o en el caso de que el personaje sea realmente inaccesible. A veces constituyen la única oportunidad, saliéndose oportunamente del programa fijado para el encuentro, de lograr respuestas a esas cuestiones que difícilmente puede resolvernos un gabinete de prensa.
La amistad y la confianza mutuas, como advertíamos en el caso de los técnicos, también sirven como llave de acceso privilegiado a los políticos, aunque a veces se pueden confundir con lo que algunos denominan filtraciones interesadas, sobre las que siempre los periodistas debemos estar prevenidos.
Todo lo dicho sobre la administración pública es igualmente aplicable, con muy ligeros matices, al mundo empresarial, solo que en este caso no cabe ampararse en el derecho a la información ambiental tutelado por una directiva comunitaria que si obliga a las administraciones públicas.
Con ser una fuente inagotable de noticias (el poder crea fuentes productivas), no todo pasa necesariamente por la administración. La vida informativa también discurre por otros ámbitos, aunque a veces las cuestiones adquieran notoriedad o se conviertan en trascendentes cuando el poder decide informar sobre ellas. ¿Quién dicta la agenda de los medios de comunicación? ¿Es que tan solo los escándalos políticos precisan del periodismo de investigación, de las fuentes alternativas, de los criterios propios por encima de las tendencias que nos son sugeridas o claramente impuestas? Estos son algunos de las interrogantes sobre los que cabe reflexionar para no dejarnos arrastrar por la corriente dominante.
El mundo científico, con ser el que más se queja del deficiente tratamiento que las cuestiones ambientales reciben en la prensa, es también el menos comprometido con la divulgación. Este comportamiento es particularmente grave en el caso de la universidad. A los expertos no es fácil encontrarlos cuando se los necesita. Temen quizás implicarse en cuestiones de gran repercusión social y política o, simplemente, permanecen ajenos a las parcelas de su actividad más estrechamente ligadas con las inquietudes ciudadanas. La ciencia debe salir a la calle, de la mano de los medios de comunicación, pero el esfuerzo de traducir estos conocimientos a un lenguaje asequible y en unas condiciones razonables no es únicamente responsabilidad de los periodistas. Por eso es tarea de cualquier informador advertir de esa responsabilidad a los científicos y tejer con ellos redes de información, artesanales si se quiere pero efectivas, porque esta si que es una fuente que suele carecer de cualquier estructura pensada para la divulgación a gran escala (escasean los gabinetes de prensa o las publicaciones dirigidas a un público no iniciado). Y no olvidemos que si hay una fuente que merezca ser mimada esa es la científica, poco acostumbrada a disculpar los errores de interpretación o las suposiciones sin fundamento.
Todavía cabe recurrir a otra fuente, bastante socorrida por cierto, que es la de otros periodistas especializados. Los profesionales suelen manejar con frecuencia las informaciones más cercanas en el espacio y en la relación diaria, por eso, una de las fuentes más típicas suele ser el medio o medios de comunicación más prestigiosos. Periodistas que se alimentan de otros periodistas en un círculo vicioso que nos lleva a hacernos otra de las preguntas clave de esta profesión: ¿Para quién escribimos? Hasta ahora hemos utilizado términos como especialidad, especialización o especialistas, pero la verdad es que hay que andarse con cuidado a la hora de interpretar en su justa medida estas denominaciones. No se trata, y vuelvo a citar a Tito Drago, de que los periodistas se conviertan en especialistas en medio ambiente, "sino de que manejen la información suficiente como para introducirse en los procesos que vinculan al desarrollo y al medio ambiente". Si un periodista llega a especializarse en medio ambiente hasta el extremo de convertirse en un experto ambientalista, lo más probable es que comience a utilizar unos códigos de comunicación distintos de los del periodismo. Cuando la especialización es extrema, y los extremos nunca son buenos, insensiblemente se comienza a utilizar la misma jerga de los verdaderos especialistas, con lo cual éstos sienten más cercano a ese periodista (algo que no está del todo mal), tanto más cuanto más se aleja del término medio de los ciudadanos. Drago sugiere una solución bien sencilla a este problema: "Un buen comunicador social debe emitir mensajes comprensibles para niños de 13 años, personas que tienen desarrollada totalmente su capacidad de comprensión, pero que todavía deben completar su información".
La función educativa en medio ambiente
A excepción del saber estrictamente profesional, la casi totalidad de los conocimientos de que disponen nuestros contemporáneos proceden de los medios de comunicación. En este sentido, es innegable que cumplen una función educativa, aunque a veces se trate de un proceso inconsciente. Pero para que esta función educativa se cumpla en sentido positivo, debemos tener presente cual es la naturaleza de los medios de comunicación y la forma en que suelen tratar la información ambiental.
Creemos, erróneamente, que la simple presentación de determinados contenidos en los medios, y su gran difusión, cumplen sobradamente con esta función educativa. Los medios de comunicación, y esto es también de sobra conocido, no son más que poderosos agentes de propaganda y de difusión de las ideas dominantes en la sociedad. La estrategia de la UICN "Cuidar la Tierra" lo dice bien claro: "Lo que la gente hace es lo que la gente cree. A menudo unas creencias ampliamente aceptadas tienen más poder que los decretos gubernamentales". Y en muchos casos, la falta de conciencia sobre los problemas ambientales se funda en creencias erróneas, creencias que se apoyan en malas informaciones o en informaciones que los receptores no están en condiciones de interpretar de forma crítica.
Para educarse a través de los medios de comunicación es necesario aprender a informarse, una tarea fundamental si tenemos en cuenta que para un gran porcentaje de la población la televisión, la radio o los periódicos son la única fuente de instrucción post-escolar a la que tienen acceso.
Aprender a informarse requiere descubrir el carácter fragmentario de la información, y las visiones parciales y manipuladoras de la realidad que provoca. La comunicación objetiva, la comunicación neutral, la comunicación completa, no existen. “Con esto no estamos dibujando un mundo orwelliano, donde oscuros intereses se encargan de manipular la realidad para ofrecernos una versión falsa–aclara el autor de “El medio, en los medios”. Estamos hablando de una actividad humana, sometida a los criterios subjetivos de los comunicadores y a los servilismos políticos y económicos de las empresas de comunicación, y que se desarrolla a través de instrumentos incapaces de ofrecer una visión global de la realidad, por más que a veces se nos vendan como algo que "supera a la misma realidad". Otra cosa es que los medios, conscientemente, adapten la realidad a sus propios intereses.
Aún asegurándonos de que la información transmitida es fiable, veraz y comprensible, no siempre los receptores están en condiciones de seleccionar y valorar los datos que se les ofrecen para articular, en base a ellos, una conciencia crítica del mundo que les rodea. Una audiencia formada, crítica y exigente es la mejor garantía de calidad en los medios, y esa no es una tarea exclusiva de los periodistas sino de toda la sociedad.
Qué podemos hacer
La posibilidad que está surgiendo en los países de habla hispana es la oportunidad de realizar una capacitación de postgrado para aquellos profesionales que deseen especializarse en la divulgación científica.
Ejemplo de ello es la reconocida Maestría en Comunicación Científica, Medica y Medio Ambiental que realiza la Universidad española Pompeu Fabra. La Maestría en Comunicación Pública de la Ciencia y la Tecnología llevada a cabo por la Universidad Central de Ecuador, las actividades de capacitación en Divulgación Científica dictadas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) , y también, la reciente Diplomatura en Divulgación Científica a mi cargo aprobada por la Universidad de Morón de mi país donde uno de los Seminarios de Especialización es Medio ambiente, política y gestión ambiental.
La intención de todas estas actividades de postgrado en capacitar a egresados de las carreras de periodismo o comunicación en divulgación científica a través de seminarios de especialización en ciencias y a los egresados de otras disciplinas en comunicación.
Entiendo que de esta manera estaremos formando profesionales idóneos para el propósito relevante de acercar el conocimiento de la minoría a la mayoría, en democratizar el conocimiento y ayudar a crear una opinión pública informada. Estandarte que levantó el Dr. Manuel Calvo Hernando y que está en nosotros, sus continuadores, darle empuje y obtener logros.
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