miércoles, 23 de marzo de 2011

Por qué el hornero es el Ave de la Patria

El 28 de julio de 1916 nace la Sociedad Ornitológica del Plata, que luego pasó a ser la Asociación Ornitológica del Plata (AOP) la que crea la entidad Aves Argentinas que edita a partir de 1917 la revista “El Hornero” sobre ornitología tropical en cuyo primer número se definen en su artículo inicial el carácter y los fines de la asociación.



Veintiuna personalidades se reunieron en La Manzana de las Luces en ese, sin duda, frío día de invierno porteño para crearla. Entre ellos se encontraban Eduardo Holmberg,  director del Zoológico de Buenos Aires; Ángel Gallardo,  director del Museo de Ciencia Naturales y Juan Bautista Ambrosetti, director del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras.

El hecho que nos interesa mencionar es que en  1928 el diario “La Razón” realizó una encuesta entre los niños de las escuelas primarias de la Argentina para determinar la especie más representativa y digna que se constituiría en “Ave de la Patria”. Con gran éxito se recibieron 38.818 votos, que marcaban una tendencia inicial hacia el cóndor andino.

Finalmente ganó el hornero, y la Asociación Ornitológica del Plata tuvo algo que ver en esta historia.
La entidad seguía con gran interés las alternativas de la simpática encuesta, y creyó oportuno intervenir por medio de una carta que le envió al diario su presidente, Roberto Dabbene. En el texto publicado se explicaban los motivos que tuvo la Asociación para elegir al hornero como nombre de la revista científica que edita.

Luego se sucedieron otras cartas a favor del hornero, entre las que se destacaron  socios de la Ornitológica como Leopoldo Lugones , autor de la clásica poesía “El hornero”, que el famoso escritor consideraba  el ave genuina y simbólica de la Argentina.


El reconocimiento del hornero como ave simbólica y genuina de la Argentina la sustenta Lugones  en su libro “Fábulas nativas” de 1924 donde relata  la Leyenda del hornero. La narración la  ubica  en el norte cordobés donde vivía el indio Jahé, albañil de oficio, quien se enamora de Yunka, la hija del cacique. Amor que es correspondido por Yunka, pero desaprobado por su padre debido a la diferencia de clases existente entre ellos. Ante su amor imposible ambos se convierten en dos avecillas que comienzan a construir su nido con barro y paja en lo alto de un algarrobo. Como la casa que construyeron tenía forma de un horno de cocer pan, a esas avecillas comenzaron a llamarlas “horneros”.

Fuente: Cazaux, Diana (2010), Historia de la divulgación científica en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Teseo.

EL HORNERO

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.

Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.

Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.

La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.
 

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