lunes, 4 de abril de 2011

El lenguaje es lo que hace humanos a los seres humanos

"El poder transformador de la palabra”


 Si la Comunicación es el pilar que ayudaría a superar la crisis del modelo economicista de la empresa debemos reconocer el carácter activo y regenerativo del lenguaje[1] . A diferencia de lo que suponía la interpretación del lenguaje que prevaleció hasta la segunda mitad del siglo XX, que entendía que el lenguaje era pasivo y descriptivo, Echeverría  postula el poder transformador de la palabra. Cuando hablamos actuamos, y con esas actuaciones transformamos el mundo, generamos posibilidades, alteramos el futuro  y construimos identidades.
         Heidegger sostiene que esa forma particular de ser que somos los seres humanos está fundada en el lenguaje. Es nuestra capacidad de lenguaje la que determina que tengamos esta forma particular de ser y la existencia que le corresponde. El lenguaje, nos dice Heidegger, “es la morada del ser...”. Es gracias al lenguaje que el ser humano se interroga, se pregunta por su ser e inicia la búsqueda del sentido. El lenguaje le permite entrar en conversación consigo mismo y con otros. Somos una conversación, nos dice Heidegger. En el trasfondo de esta conversación está siempre el problema del ser, del que todo ser humano se ve obligado a “hacerse cargo”. El lenguaje es lo que hace humanos a los seres humanos.
         El reconocimiento del carácter activo y generativo del lenguaje ha llevado a Echeverría a identificar un amplio conjunto de acciones del lenguaje y un correspondiente y variado número de competencias que identifica con el nombre de competencias conversacionales.
         Al referirnos a las acciones del lenguaje y, más ampliamente, a las llamadas competencias conversacionales, descubrimos al menos tres cosas. En primer lugar, tienen una amplia vigencia histórica y están mejor protegidas de los efectos de la obsolescencia. En segundo lugar, descubrimos también que muchas de las competencias específicas descansan en la eficiencia que mostremos en el dominio de las competencias conversacionales. En tercer lugar, está el hecho de que las competencias conversacionales incluyen, por ejemplo, dos procesos conversacionales complementarios, como lo son el proceso de aprendizaje (el aprender a aprender) y el proceso de reflexión práctica (que identifica obstáculos y posibilidades).
         La palabra es una de las cosas más preciadas de que disponemos los seres humanos. Pero ese poder, ese valor, se sustenta en la confianza que los demás tengan de nosotros.
         El problema de la confianza, en este caso, no reside en el dominio de la competencia, sino en el dominio de la sinceridad. Mientras la competencia pertenece de nuestra capacidad de acción, la sinceridad corresponde al dominio de la ética, desde el cual definimos el tipo de relaciones que establecemos con los demás. Ambos, de manera diferente, nos llevan a sentirnos vulnerables y comprometen nuestra confianza. Cada vez que ejecutamos una acción de lenguaje ponemos en juego nuestra sinceridad y afectamos, para bien o para mal, la confianza depositada en nosotros.
         De todo lo que hemos analizado podemos concluir  que la creación de relaciones de trabajo fundadas en la confianza ayudaría a sus miembros a alcanzar las metas requeridas por el sistema. Metas, que deberían estar sustentadas en la comunicación. Ese “poder transformador de la palabra”.

        



[1] Echeverría, Rafael. La empresa emergente, la confianza y los desafíos de la transformación. Gránica, Buenos Aires, 2001, pp 105-156.




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